
Por: Lavanda
Lluvia.
Frío.
Soledad.
Soy Lavanda, vivo en la ciudad de Bogotá, Colombia.

Bogotá, la ciudad de la furia: es ruidosa, extrema, multicultural y fría. Sus calles respiran contradicciones, en ellas conviven habitantes cálidos y distantes, miradas que acogen y otras que ignoran. A veces me siento parte de todo esto; otras veces, como si flotara fuera del tiempo, ajena al mundo que me rodea. Bogotá me hace sentir, al mismo tiempo, profundamente perteneciente y completamente sola.
Es la capital, sí, pero también es un territorio ambiguo: de todos y de nadie. Algunas personas la cuidan, otras la olvidan. Y, aun así, tiene un encanto difícil de explicar. Tal vez sea por su posición central, por ser el corazón palpitante del país, que la convierte en un espacio vulnerable, pero también en un edificio fuerte, un pilar que sostiene otros territorios. Como un edificio gris en medio de los colores intensos que tiene Colombia.

Cuando escuché Seoul de RM por primera vez, sentí, de inmediato, que no hablaba de Seúl. Hablaba de Bogotá.
En mi blog anterior, mientras comenzaba este viaje por el disco mono., mencioné cómo sus letras y sonidos me atraviesan. RM tiene la capacidad de tocar emociones humanas con una delicadeza que se siente en la piel. Sus palabras son sensibles al tacto, incluso cuando solo las escucho.
Este disco, mono., es como un jardín que se va deshojando canción a canción. Cada tema entrega un pétalo más, una capa más de intimidad, de verdad. Y Seoul fue uno de esos pétalos que me detuvo en seco. Desde el otro lado del mundo, Kim Nam-joon logró hacerme sentir que el ruido, el humo, la maldad, la soledad… no son exclusivos de un lugar. Son emociones que habitamos aquí, en Bogotá, igual que en Seúl.
Una ciudad la vive él.
Otra ciudad, la habito yo.
Pero el sentimiento es el mismo.

Es estremecedor entender que este llamado a habitar un espacio nos mueve entre dos sensaciones que a veces parecen opuestas, pero que en realidad son la misma: amor y odio. Por eso, cuando digo que amo y odio a Seúl, también digo que amo y odio a Bogotá. Porque las ciudades terminan siendo sellos personales, reflejos de cómo elegimos vivir el mundo. Nos convertimos en radiografías de esos territorios. En personas solas, frías, cálidas, llenas de juventud o cansadas, grises. Pero siempre con la capacidad de recordar que pertenecemos a un lugar. Que ese lugar se cala en nuestros huesos y nos moldea, nos transforma y nos hace quienes somos.

En Seoul, RM menciona el río Han como el hilo que sostiene la ciudad, lo relaciono con ese cauce que atraviesa la ciudad como una herida abierta, pero también como una conexión vital. Así como en los dramas coreanos vemos esos parques fríos iluminados por memorias cálidas, así también veo yo los espacios de Bogotá: fríos al tacto, pero cálidos en el recuerdo. Y en medio de todo, la gente: caminando, divagando, viviendo. Personas que, como yo, aman y odian esta ciudad al mismo tiempo.
Si algo le debo a RM, es esto: la posibilidad de reflexionar sobre cómo la ciudad me atraviesa. Cómo, sin darme cuenta, me fusiono con ella. Cómo la cargo conmigo a todos lados, como una sombra, como una canción que nunca se apaga.
Si pudiera escribirle una carta, le diría: “Gracias, RM. Yo también amo y odio a Seúl. Porque en tu canción, encontré a Bogotá. Y en Bogotá, encontré mi verdad.”
Gracias por escribirle una carta a una ciudad que, aunque no sea la mía, le ha regalado al mundo entero más de una felicidad.
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Comentarios
Gracias , tan cierto, yo me sentía así en mi propia casa, divagando , en sombras, atrapada entre dos casas, luz y oscuridad, gracias 🫂 por describir, Loque sentimos sin poder expresar Ane esa carta de RM